
ATMOSFERAS DE LO HUMANO
Cuando el lirismo de una representación de lo humano toca a un pintor y lo coge trabajando, este es capaz de transgredir la propia imagen humana para convertirla en toda una suerte de grafía, juego caligráfico y totum revolutum de lo que para el es la existencia.
En esta reciente obra de Manoel Bonabal, asistimos sin duda alguna a esa suerte de representación en la que el artista asume, alambicando de sus viajes ,impresiones, bocetos acuarelados en tierras vecinas y búsquedas de un discurso dentro del galopante globalismo, toda una representación del fluir de la humanidad como unidad, como conjunto en música de atmósferas.
Si bien encontrábamos en 2006 dentro de su serie "Cerebros", la idea germinal de lo que aquí hoy se presenta, no asistimos ahora a una definición acompasada y ritmada de la representación del ser individualizado en relación a la masa sino a la representación del grupo, de la tribu en la referencia que Bonabal hace a las pinturas rupestres y que conceptualiza mediante las diferentes tintas. Es por eso que en esta ocasión la mirada que dirige al espectador es cada una de las fluencias que a modo de aroma o esencia cromática representa al ser humano dentro del conjunto. Aparece entonces el hombre como cúmulo colorístico en las obras realizadas con técnicas acrílicas como “Inquedanza” o “Firmeza” y como intersección de veladuras y tintas en las obras realizadas con xilografía y técnica mixta.
El viajero Lazlo Almasy y la reflexión sobre las pinturas rupestres que este descubre en el Sahara en los años 30 del siglo pasado le hacen pensar en aquellas primigenias representaciones de lo humano dentro de un paisaje. Se nutre de la coherencia de estas y en su obra "Sombras" reúne el contrapunto cromático con la delicada inspiración de la sombra de la reja de su estudio. Esta dibuja e inspira toda una danza sobre el boceto. Aparece la misma música que envuelve a la representación rupestre y la intelectualiza con el tacto de una época que es la nuestra pero que está nutrida de melancolía. Aquí, el artista se interpreta como espectador, como descubridor y pieza clave que ordena lo insondable de una atmósfera y de un tiempo que no existe pero nos hace volver al punto germinal del ser humano como dialogo y generador de cultura en su original intención propiciatoria.
Esa danza, casi de ménades que se entrelazan a la manera de un eidetismo posado en nubes, permite un desarrollo, un proceso de expansión que da nombre a sus otras piezas. Otras, como su “Porta dos Ancares”, asumen el paisaje de esta sierra como campo en el que expandir la naturaleza de ese viajero que recuerda la actitud de Almasy en nuestros más cercanos territorios.
Toda una expresión reflexiva que a modo de elipsis narrativa puede acercarnos la idea del ser individual y el ser masa en una época tan variopinta en la que el humano retoma todo su protagonismo.
Carlos Lafuente Pacios
Crítico de Arte
Cuando el lirismo de una representación de lo humano toca a un pintor y lo coge trabajando, este es capaz de transgredir la propia imagen humana para convertirla en toda una suerte de grafía, juego caligráfico y totum revolutum de lo que para el es la existencia.
En esta reciente obra de Manoel Bonabal, asistimos sin duda alguna a esa suerte de representación en la que el artista asume, alambicando de sus viajes ,impresiones, bocetos acuarelados en tierras vecinas y búsquedas de un discurso dentro del galopante globalismo, toda una representación del fluir de la humanidad como unidad, como conjunto en música de atmósferas.
Si bien encontrábamos en 2006 dentro de su serie "Cerebros", la idea germinal de lo que aquí hoy se presenta, no asistimos ahora a una definición acompasada y ritmada de la representación del ser individualizado en relación a la masa sino a la representación del grupo, de la tribu en la referencia que Bonabal hace a las pinturas rupestres y que conceptualiza mediante las diferentes tintas. Es por eso que en esta ocasión la mirada que dirige al espectador es cada una de las fluencias que a modo de aroma o esencia cromática representa al ser humano dentro del conjunto. Aparece entonces el hombre como cúmulo colorístico en las obras realizadas con técnicas acrílicas como “Inquedanza” o “Firmeza” y como intersección de veladuras y tintas en las obras realizadas con xilografía y técnica mixta.
El viajero Lazlo Almasy y la reflexión sobre las pinturas rupestres que este descubre en el Sahara en los años 30 del siglo pasado le hacen pensar en aquellas primigenias representaciones de lo humano dentro de un paisaje. Se nutre de la coherencia de estas y en su obra "Sombras" reúne el contrapunto cromático con la delicada inspiración de la sombra de la reja de su estudio. Esta dibuja e inspira toda una danza sobre el boceto. Aparece la misma música que envuelve a la representación rupestre y la intelectualiza con el tacto de una época que es la nuestra pero que está nutrida de melancolía. Aquí, el artista se interpreta como espectador, como descubridor y pieza clave que ordena lo insondable de una atmósfera y de un tiempo que no existe pero nos hace volver al punto germinal del ser humano como dialogo y generador de cultura en su original intención propiciatoria.
Esa danza, casi de ménades que se entrelazan a la manera de un eidetismo posado en nubes, permite un desarrollo, un proceso de expansión que da nombre a sus otras piezas. Otras, como su “Porta dos Ancares”, asumen el paisaje de esta sierra como campo en el que expandir la naturaleza de ese viajero que recuerda la actitud de Almasy en nuestros más cercanos territorios.
Toda una expresión reflexiva que a modo de elipsis narrativa puede acercarnos la idea del ser individual y el ser masa en una época tan variopinta en la que el humano retoma todo su protagonismo.
Carlos Lafuente Pacios
Crítico de Arte
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